Las manos recuerdan

Cada carpintero guarda en sus manos una memoria más antigua que él mismo. Es la sabiduría secreta de quien conoce la madera no por nombres científicos ni por cálculos precisos, sino por la íntima conversación de la palma con la superficie pulida, del oído atento al crujir de la veta, del olfato educado en la resina fresca y amarga.

En los talleres antiguos, la luz entra como un rumor discreto, rozando el polvo fino que flota en el aire con la gracia de las cosas que no necesitan prisa. Allí, en esos espacios llenos de silencio y oficio, los saberes se aprenden observando, repitiendo, equivocándose; un método lento y profundo como el crecimiento del árbol mismo.

El viejo maestro no entrega sus secretos en palabras. Su enseñanza es la paciencia, la pausa antes del golpe certero del formón, la cadencia tranquila del cepillo que revela poco a poco lo escondido bajo la aspereza inicial. En cada gesto suyo hay siglos: herencias de quienes aprendieron que el tiempo es un aliado indispensable, que cada mueble nace primero en la imaginación y luego, lentamente, en las manos que lo crean.

La carpintería tradicional conserva el respeto sagrado por la materia. Allí el árbol que fue bosque sigue siendo árbol en una mesa, en una silla, en la ventana que abre la casa al mundo. Los carpinteros antiguos saben que no trabajan para dominar, sino para dialogar. Saben que la madera, a veces dócil y a veces rebelde, nunca pierde su dignidad natural, que en ella hay resistencia y sabiduría, y que trabajarla es una manera de escucharla.

Cada pieza creada en esos talleres lleva dentro una voz baja y continua. Es la voz del carpintero, de sus manos curtidas, de su vista cansada pero segura. Pero es también la voz del árbol, de sus raíces ocultas, de sus ramas abiertas al viento y la lluvia. Es la memoria de generaciones transmitiendo con humildad y ternura aquello que ni los libros ni las máquinas pueden revelar.

Porque en los saberes tradicionales, la carpintería no es solo oficio; es una forma profunda y silenciosa de estar en el mundo.
Sebastián Ugarte. Colombia